miércoles, 15 de febrero de 2012

El tipo que agradecía más una sonrisa que una moneda

 Aquí estamos de nuevo.
 Con los exámenes acabados y con la idea de empezar esta noche mismo la segunda entrega del proyecto fin de carrera.

 Tenía ganas. Tenía ganas de contaros una pequeña historia que me ocurrió el sábado pasado. Una pequeña enseñanza. Una lección de vida. Una lección de humanidad.

 Por suerte para mi no uso mucho el metro, digo por suerte porque si lo cogiese habitualmente sería a las 7.30 de la mañana y a esa hora el ratio personas/metro cuadrado puede ser bastante elevado. El otro día me contaron que se diseñaba con un ratio de 3 personas/metro cuadrado y que en hora punta en el metro de Madrid este ratio podía alcanzar en algunas líneas como la 6 hasta 7 personas/metro cuadrado. Por suerte, burgués de mi, puedo ir en coche a la escuela.

 Pero el sábado fui a comer a casa de mi tía. Y fui con mi señora madre. Los dos sólos. En metro. Madre e hijo, mano a mano, la experiencia contra la juventud. Mi madre debe olerse las cosas, porque según bajábamos las escaleras me dijo "esto del metro es un mundo aparte ehh??" y sí, lo es. LLegamos al vagón, poca gente, con sitio para sentarse pero no me siento porque le cedo gustoso mi asiento a una señora. Me apoyo en el metro, y me percato de que hay un hombre cantando, con su micrófono, su piel negra y su sonrisa infinita. Era inevitable escucharle, cantaba bien pero sobre todo desprendía optimismo, vestía mal y estaba sucio pero era un ilusionado. Desprendía energía positiva, ganas de vivir. Lo grande llegó cuando acabó de cantar y cogió el micro, ahí es cuando yo pienso que va a dar el típico discurso de que está en paro, que está enfermo y que tiene 3 hijos que alimentar (siento ser tan frío pero es lo que me sale), pero no!! el tipo cogió su micrófono y:

"Espero que les haya gustado, si quieren ayudarme ahora pasaré por el vagón, si no pueden ayudarme económicamente sonrían que eso significa que la crisis no ha contagiado el alma". No se le iba la sonrisa de la cara. Siguió su discurso. "Eso es señorita, sonría, usted nunca sabe a quien le puede alegrar el día con su sonrisa o quien se puede enamorar de usted por ella". Me contagió la sonrisa y sonrojó a la chica. El tipo empezó a recorrer el vagón, pocos le dieron dinero pero todo el que le sonreía le daba las gracias. Y yo era el último del vagón. Sin saberlo, tenía la sonrisa aun en mi cara, entonces antes de bajarse me miró y me dijo:"joven, gracias por tu sonrisa, no la pierdes nunca, a veces una sonrisa vale más que una moneda". No pude otra cosa que asentirle. Y se fue.

 Fue un ejemplo. Es un ejemplo. No quiero extraer conclusiones. Cada uno que saque las suyas que ya somos mayorcitos. Un mundo mejor es posible.


 Os dejo un clásico. Mi madre cuidó de mi gusto musical en mi niñez, ahora, estas son las escuelas. Me gusta, no es broma. Nostalgia pura.



 Sed buenos.

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